30 de septiembre de 2009

El tarot telefónico. II.- Las (ignoradas) reglas del juego

Les hablaba yo ayer en el blog (y hoy, milagros de la tecnología, desde Telemadrid) de la fantástica ficción legal de considerar a los tarots telefónicos como "servicios de ocio y entretenimiento", con las consiguientes ventajas para los tarotistas y, como es lógico, desventajas para sus víctimas. Pero no todo son malas noticias.

Bueno, sí que lo son. Pero no lo parecen.

Me explico. El sector, como muchos otros, no está regulado únicamente por normas legales o reglamentarias; también existe la llamada "autorregulación". La autorregulación es, o se supone que es, el conjunto de normas que se da a sí mismo el propio sector. Y digo "se supone" porque en nuestro país, siempre tan amante de la burocracia, los Códigos de Conducta los elaboran organismos públicos y se aprueban mediante resoluciones oficiales. En nuestro caso, la Resolución de 15 de septiembre de 2004 de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones.

Pero eso es lo de menos. El caso es que hay, como digo, un Código de Conducta de obligado cumplimiento por parte de los operadores y de los prestadores de servicios, hasta el punto de que su reiterado incumplimiento puede suponerles la pérdida de sus rentables números 803.

En teoría, claro.

Echemos un vistazo al Código de marras. Que en su apartado 5, "normas de aplicación al contenido de estos servicios", dice que dicho contenido no deberá, entre otras cosas,

5.1.1.3 Llevar a conclusiones erróneas a consecuencia de su inexactitud, ambigüedad, exageración, omisión o similares.

5.1.1.4 Inducir a un estado inaceptable de ansiedad o temor, o a aprovecharse o explotar el estado de necesidad económica, laboral o personal del usuario llamante.

5.1.1.7 Contener información falsa o caduca.


No sé qué opinarán ustedes. Aunque lo sospecho: al fin y al cabo están leyendo este blog en lugar de leer el "Más Allá" o el "Año Cero", ¿verdad?. Pero, en fin, de lo que sí estoy seguro es de lo que estoy pensando yo; tarotistas, adivinos y demás prometen "ayudar" a sus clientes con sus predicciones, exagerando sus pretendidos poderes y omitiendo que, en realidad, esos poderes no existen. El tipo de "servicio" que ofrecen, por otra parte, se basa exclusivamente en aprovecharse y explotar el estado de necesidad económica, laboral o personalidad de sus clientes, algo puesto aún más de manifiesto por el incremento de consultas que han experimentado coincidiendo con la llegada de la crisis económica, como comentábamos en la entrada anterior.

Y, por supuesto, todo su negocio se basa en una información falsa: la pretensión de que son realmente capaces de obtener, por algún método esotérico o paranormal, información sobre el presente y el porvenir de sus víctimas.

A pesar de lo cual, como resulta evidente, siguen tranquilamente con su negocio, sin que la rimbombante Comisión Permanente de la Comisión de Supervisión de los Servicios de Tarificación Adicional (venga, prueben a decirlo de un tirón) se preocupe más que de los incumplimientos formales de los operadores.

Y es que en eso no somos tan distintos de otros países que también han adoptado el sistema de autorregulación para actividades paranormales o pseudocientíficas: por muy bien que suenen, al final estos códigos y estos organismos sólo sirven para poner una cara amable que, por mucho que sonría, no deja de ser de cemento armado.

El tarot telefónico. I.- Las reglas del juego

Si hay un lugar donde las cosas no son nunca lo que parecen es el fabuloso mundo del circo paranormal. Al fin y al cabo, se trata de un mundillo de cartón piedra y guardarropía, en el que la cutreces más pasmosas se nos presentan como si fueran inescrutables misterios misteriosos, y nos intentan vender como "ciencia" (oculta, de vanguardia o incluso "más-allá-de-la-") majaderías que un científico de verdad no suscribiría ni siquiera estando al borde de un coma etílico. Las inocentes niñas de una postal victoriana se transforman en fantasmas sin más prueba que la palabra de un vendedor de misterios, la Luna se llena de ruinas alienígenas simplemente porque un "imbestigador" nos intenta colar un vídeo falso, y basta que alguien le eche un poco de morro a la historia para convertir una silueta de cartón en un ser del Más Allá.

Y claro, los aspectos legales del mundillo no pueden quedarse al margen de ese juego de falsas apariencias.

Pongamos el caso de los adivinos y tarotistas telefónicos", esos "servicios" que nos permiten conocer nuestro futuro gracias a una simple llamada de teléfono. De pago, claro. Básicamente se encuentran regulados en la Orden Ministerial PRE/361/2002 y una serie de resoluciones con las que no les voy a aburrir. Me limitaré a citar solo una, la de 16 de julio de 2002, de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones, que en su apartado segundo. Que, a los efectos que nos interesan, establecen tres categorías: servicios exclusivos para adultos (teléfonos 803), servicios de ocio y entretenimiento (teléfonos 806), y servicios profesionales (teléfonos 807).

Ahora abran ustedes una página cualquiera de la sección de anuncios de una revista de misterios misteriosos y díganme por qué número empiezan los téléfonos de tarotistas, videntes y demás fauna. Exacto: por el 806.

O sea, "servicios de ocio y entretenimiento".

Claro, esto de etiquetar a los tarots telefónicos como "ocio y entretenimiento" (vamos, como un simple pasatiempo) es una ficción que a los organismos públicos encargados de la vigilancia del mercado de telecomunicaciones y a los de protección de los consumidores les viene estupendamente. Para quitarse reclamaciones de encima, por supuesto. ¿Que se ha fiado usted de la predicción de la Pitonisa Fulanita y ha acabado perdiendo el empleo, las amistades y hasta la custodia de los hijos? Pues no haberse tomado en serio lo que no es más que una manera como otra cualquiera de matar el rato. ¿Que ha invertido tal y como le aconsejó el Mago Menganito y ha perdido hasta los empastes de las muelas? Pues hombre, ¿es que no se fijó que el 803 de marras es un simple "servicio de ocio y entretenimiento"? ¿Que su matrimonio se ha ido a hacer gárgaras porque el Vidente Zutanito le dijo que su marido le estaba engañando con la vecina del tercero? Pues la culpa es suya por darle tanta trascendencia a algo que para la legislación vigente es el equivalente telefónico de un crucigrama.

Y si esto pasa con los organismos públicos, con los propietarios de las líneas ya ni les cuento. La Ley no solo les autoriza a poner en marcha los medios para cometer la "estafa" (dicho sea en un sentido no jurídico; ya sabemos que en nuestro país los timos paranormales no son delito), sino que también les proporciona una coartada.

Los únicos que no participan de esta ficción, por lo visto, son los clientes. Según diversas fuentes, la crisis ha disparado el número de consultas a estos servicios de ocio y entretenimiento, la mayoría por motivos económicos y laborales. ¿Qué quieren que les diga? Personalmente me da la impresión de que en época de penurias económicas lo normal es ir menos al cine, comprar menos revistas de cotilleos y, en fin, restringir en lo posible los gastos supérfluos, que son, sobre todo, los de "ocio y entretenimiento". Y si a pesar de ello la gente llama más los tarotistas telefónicos, a lo mejor -digo yo- es porque ellos no los ven como simples pasatiempos, sino como verdaderos servicios que proporcionan conocimientos sobre el presente y consejos para el futuro.

Vamos, que se lo creen.

Lo cual, por cierto, nos lleva a una paradoja más. Si hablan ustedes con los responsables de alguna de estas líneas seguro que le reconocerán que en el mundillo hay mucho timador suelto (ellos no, claro) y mucho sinvergüenza (no, ellos tampoco). Pero resulta que, hasta la fecha, la única entidad que ha pedido mayor protección para las víctimas de este tipo de fraudes ha sido Círculo Escéptico. Vamos, que hemos sido los malvados escépticos, los que según los vendedores de misterios nos burlamos atrozmente de quienes creen en esas cosas, los únicos que nos hemos movilizado para proteger a los creyentes. Los que viven de contarles milongas, de venderles "servicios de ocio y entretenimiento" y, en fin, de tomarles el pelo, no han movido ni un dedo.

Aunque, ahora que lo pienso, quizá no sea tan paradójico. ¿No les parece?

Seguiremos hablando.

Sí, la homeopatía también mata

Mencionaba yo hace algún tiempo, aquí y aquí, el caso de Gloria Thomas, la niña de nueve meses fallecida en Australa a consecuencia de las complicaciones de un grave eccema que sus padres se empeñaron en tratar con homeopatía. Un asunto que llegó a los Tribunales australianos, quienes han condenado a los padres como responsables de lo que aquí llamaríamos "negligencia criminal con resultado de muerte". Falta solo conocer la sentencia que se les impone, que a mí, al menos, no me parecerá nunca demasiado larga.

Demasiado a menudo oímos defensas de la homeopatía que aseguran que es "natural", "efectiva" y "sin efectos secundarios". Solo lo último es cierto; desde luego no tiene de natural mas que la etiqueta que le han colgado sus partidarios, y su efectividad -como ponen de manifiesto una y otra vez los estudios clínicos más rigurosos- es la misma que la de cualquier otro placebo. Y sí, es verdad que no tiene efectos secundarios, pero sencillamente porque no produce efectos de ningún tipo. Bueno, excepto uno, claro.

Pero eso no quiere decir que no pueda llegar a ser peligrosa. Y no me refiero solo a los casos de potingues homeopáticos cuyo grado dilución no llega a eliminar del todo la presencia de sustancias nocivas. Los hay, pero por suerte son esporádicos y raramente tienen consecuencias fatales.

No, lo más peligroso es, con mucho, lo que le pasó a la pobre Gloria: que el pseudotratamiento homeopático sustituya a un tratamiento médico real y necesario. Algo mucho más común de lo que podamos pensar, puesto que el desprecio hacia la medicina real está en la raíz misma de la "filosofía homeopática". Lo delata incluso el empleo de esas etiquetas de "natural" y "sin efectos secundarios" que comentábamos antes: el complemento lógico de esas afirmaciones es que la medicina de verdad es "artifical" (o sea, "mala") y sí produce efectos secundarios indeseables.

De hecho, el de Gloria Thomas no es ni mucho menos un caso aislado. Y aun esto es poca cosa en comparación con auténticas atrocidades, dignas del mismísimo doctor Mengele. Bueno, salvo por el detalle de que, según parece, en su intento por crear una auténtica "medicina alemana", el régimen nazi llevó a cabo un monumental intento de demostrar la eficacia de la homeopatía con resultados totalmente negativos.

Y ni siquiera nos queda el consuelo de saber que hay homeópatas que, a la hora de la verdad (es decir, cuando se trata de una enfermedad seria), dejan de lado su fe y acuden a un tratamiento médico científico. Al menos a mí no me consuela, sabiendo que una de las personas que hizo eso en su día fue... la madre de Gloria Thomas.

Y, a todo esto, , las autoridades y los organismos médicos de Tenerife organizando Jornadas Científicas (sic) de Homeopatía. No somos nadie.

10 de septiembre de 2009

Estaba una pastora...

Seguro que muchas personas piensan que una de las desventajas de tener una niña pequeña es lo de la música. En mi caso la desventaja es relativa, porque muchas veces sus gustos musicales coinciden con los míos y debo reconocer que alguna de sus peticiones no me desagrada en absoluto. Pero, dejando aparte esa y algunas otras exquisiteces, lo normal es que un viaje en coche con la niña tenga como banda sonora un encadenamiento de canciones infantiles.

Cosa que tampoco me disgusta. Bueno, reconozco que a veces acaba uno cansándose de contar los cabellos de mi barba (teóricamente, porque hace tiempo que me la he afeitado) o contar los huevos que ha puesto una gallina que, para más inri, durante toda mi vida había creído equivocadamente que se llamaba Turuleta. Pero, al menos, se trata de canciones con las que yo también he crecido y que por tanto, tampoco me resultan excesivamente cansinas.

Y, además, esto me ha permitido escuchar por primera vez canciones que yo no conocía. Y de uno de esos descubrimientos vamos a hablar. De la canción titulada algo así como "estaba una pastora".

Para quienes aún no la conozcan, la canción viene a decir que

Estaba una pastora,
lará, lará, larito,
estaba una pastora
cuidando un rebañito.

Con leche de sus cabras,
lará, lará, larito,
con leche de sus cabras,
hacía los quesitos.

El gato la miraba,
lará, lará, larito,
el gato la miraba
con ojos golositos.

Gato, no eches la uña,
lará, lará, larito,
gato, no eches la uña,
que rompes el quesito.

El gato echó la uña,
lará, lará, larito,
el gato echó la uña,
y le rompió el quesito.

La pastora enfadada,
lará, lará, larito,
la pastora enfadada
le cortó su rabito.

A confesar su falta,
lará, lará, larito,
a confesar su falta,
se fue al padre Benito.

Al escuchar eso de que la pastora "le cortó su rabito" al gato mi mujer y yo nos limitamos a comentar algo así como "¡qué bruta!", sin darle importancia, pero es que pertenecemos a esas generaciones de niños que jugaban en columpios oxidados, corrían la vuelta ciclista con chapas de refrescos, e incluso disponían de revólveres y fusiles de juguete con los que organizar batallas entre indios y vaqueros. Cosas todas ellas del pasado, claro. Por lo visto, para la pedagogía al uso la proliferación de juguetes con partes cortantes, piezas pequeñas que pueden provocar asfixia al ser tragadas o componentes que pueden causar electrocución debía provocar auténticas hecatombes entre la población infantil. Y los pocos supervivientes a esta jungla de peligros, siempre según los cánones actuales, seguramente nos habremos convertido en seres abyectos, encastillados en absurdos roles de género, propensos al maltrato de los animales, el racismo, la violencia y qué sé yo cuantas otras cosas feas a las que nos incitaban los Madelman, las Nancy y los muñequitos de Comansi.

O a lo mejor exageran un poco, digo yo. Sobre todo teniendo en cuenta que quienes dicen esas cosas jugaron también con esos juguetes y sobrevivieron también a las asechanzas del maligno tobogán del parque del barrio.

Pero, sea como sea, tal y como están las cosas uno se lo piensa siete veces antes de darle a un niño un cochecito de hojalata, no sea que a continuación aparezca la Guardia Civil para llevarte de cabeza al calabozo. Y, claro, en ese ambiente la letra de la cancioncilla choca un poco, ¿no?

Quizá por ese motivo circulen por ahí versiones más actualizadas de la canción. En una de ellas, por ejemplo, aquello de

La pastora enfadada,
lará, lará, larito,
la pastora enfadada
le cortó su rabito.

Ha sido sustituido por

La pastora enfadada,
lará, lará, larito,
la pastora enfadada,
le dió un azotito.

Que rompe un poco la métrica, pero al menos no resulta tan cruel.

Pero incluso eso les parece poco a algunos, que optan por otra versión aún menos violenta que dice que

La pastora enfadada,
lará, lará, larito,
la pastora enfadada,
le estiró del rabito.

Bueno, menos violenta en apariencia. Porque, teniendo en cuenta lo que significa realmente "estirar" una de dos, o bien alargaron al gato tirándole del rabo, o bien con quien están ejerciendo una violencia de todo punto injustificable es con nuestro idioma.

Por último, en ambas versiones desaparece la alusión al padre Benito, una loable puesta al día en pro del laicismo y la aconfesionalidad, pero que hace perder al texto lo que quizá (supongo yo) sea una divertida alusión a una de las piezas más divertidas del llamado "género chico": los "couplets de los milagros" de "El tambor de granaderos", cuya letra reproduzco aquí ante la falta de enlaces en Youtube:

LEGO: Erase un labrador muy devoto
que un pedazo de tierra tenía
tan estéril que no producía
ni ocho granos de trigo candeal.

Cuanto el hombre sembraba,
otro tanto le pudría aquel suelo maldito,
hasta que un día el padre Benito
el remedio pidió de su mal.

Nuestro padre soltó dos latines
y el labriego se fue tan contento
y al volver al campo ¡oh portento!
¿cómo el suelo diréis que encontró?

D. PEDRO: ¿Todo verde?

LEGO: Mejor todavía!

BIBIANA: ¿Con espigas?

LEGO: ¡Jesús, qué inocentes!
¡Con millones de roscas calientes
que el milagro del santo amasó!

D. PEDRO: ¡Qué milagro, cielos!!oh!

BIBIANA: ¡Qué milagro, cielos!¡ah!

LEGO: ¡Cómo miento, cielos, yo!

BIBIANA: y

D. PEDRO: ¡No hay mayor prodigio ya!

LEGO: ¡No hay mayor embuste ya!

Erase una muchacha bonita
que aspiraba a casarse y en vano,
pues ninguno le daba su mano
y se le iba pasando la edad.

Aburrida de ver que los hombres
despreciaban su bello palmito,
vino en súplica al padre Benito
y un esposo pidió por piedad.

Nuestro padre soltó dos latines
con el santo fervor que le abrasa,
y al volver compungida a su casa,
¿qué diréis que la chica encontró?

D. PEDRO: ¿Pretendientes?

LEGO: ¡Pues vaya un milagro!

BIBIANA: ¿Cinco novios?

LEGO: Motivo de riñas.
¡Un marido, la suegra, seis niñas!
¡y un chiquillo que amante crió!

(Como antes.)

D. PEDRO: ¡Qué milagro!
BIBIANA: ¡Qué milagro!
etc., etc.

LEGO: ¡Cómo miento!
etc. etc.

(Letra tomada de aquí).

En fin, perdonen ustedes por la disgresión. Sigo con la cancioncita de la pastora.

Decía que, como pueden comprobar, hay varios intentos de poner la letra de la canción más acorde con los tiempos que corren. Sin embargo, me temo que resultan no solamente inadecuados, sino de todo punto insuficientes. Una canción así necesita una completa puesta al día, y con toda modestia, desde mi condición de padre preocupado por el bienestar educativo de su hija, me he decidido a dar yo mismo el paso. Aquí tienen el resultado.

Recordemos que, en primer lugar, decía la canción que

Estaba una pastora,
lará, lará, larito,
estaba una pastora
cuidando un rebañito.

Eso está bien para la gente de mi generación, que solíamos pasar las vacaciones en el pueblo y aún hemos sido testigos de algunas tareas agrícolas y ganaderas. Pero para un niño urbano de hoy en día palabras como "pastora" o "rebañito" carecen sin duda de significado. Por lo tanto creo que, aun manteniendo la primera estrofa, sería conveniente añadir alguna breve explicación sobre estos términos. Por otra parte, aunque la historia trate sobre una pastora, las patadas que la corrección política está propinando a la gramática española hacen coveniente aclarar también la cuestión del sexo (el "género", como se dice ahora) de la protagonista de la historia. De modo que la cosa quedaría así:

Estaba una pastora,
lará, lará, larito,
estaba una pastora
cuidando un rebañito.

Una pastora es alguien,
lará, lará, larito,
una pastora es alguien
que cuida animalitos,

Que pueden ser ovejas,
lará, lará, larito,
que pueden ser ovejas,
cabras o corderitos,

bien de su propiedad,
lará, lará, larito,
bien de su propiedad
o bien de terceritos,

para que por el campo,
lará, lará, larito,
para que por el campo
coman vegetalitos,

y se llama "pastor",
lará, lará, larito,
y se llama "pastor",
si es un hombrecito.

Creo que así queda algo más clara la cuestión, ¿no?

Prosigamos. La canción dice a continuación que

Con leche de sus cabras,
lará, lará, larito,
con leche de sus cabras,
hacía los quesitos.

Francamente, esto me parece inaceptable. La estrofa no hace la más mínima mención a las condiciones higiénico-sanitarias imprescindibles en la elaboración de los productos lácteos, por lo que podríamos decir (engólese adecuadamente la voz) que fomenta una cultura de despreocupación hacia los principios básicos de la seguridad alimentaria. Por otra parte, también me parece evidente que para los niños de hoy en día el queso es algo que se compra en bandejas blancas en el Carrefour, de modo que lo de que la pastora haga queso con leche de sus cabras requiere una pequeña explicación. En definitiva, creo que lo mejor sería suprimir esa estrofa y cambiarla por esto otro:

Poniéndose unos guantes,
lará, lará, larito,
poniéndose unos guantes
esterilizaditos,

ordeñaba a las cabras,
lará, lará, larito,
ordeñaba a las cabras
(pero no a los cabritos).

La leche la guardaba,
lará, lará, larito,
la leche la guardaba
en un tarro limpito,

y la pasteurizaba,
lará, lará, larito,
y la pasteurizaba
cociéndola un poquito.

Para darle sabor,
lará, lará, larito,
para darle sabor
le echaba aditivitos.

La ponía a cuajar,
lará, lará, larito,
la ponía a cuajar
salándola un poquito,

y el cuajo lo prensaba,
lará, lará, larito,
el cuajo lo prensaba,
con mucho cuidadito.

Una vez hemos dejado claro el proceso de elaboración del queso (para lo cual, además, recomiendo que el cantante de turno se atavíe con bata blanca, gorro y mascarilla), llegamos al meollo de la cuestión: lo del gato. Como está bastante bien explicado, podemos dejar eso de que

El gato la miraba,
lará, lará, larito,
el gato la miraba
con ojos golositos.

Gato, no eches la uña,
lará, lará, larito,
gato, no eches la uña,
que rompes el quesito.

El gato echó la uña,
lará, lará, larito,
el gato echó la uña,
y le rompió el quesito.

Pero la reacción airada de la pastora, evidentemente, no la podemos pasar. Y no me vale tampoco ni lo del azotito, ni lo de "estirar" al pobre gato, ni nada de eso. Estas auténticas barbaridades son propias de otra época y sus consecuencias, evidentemente, pueden ser nefastas tanto para la pastora (inconsciente ella del daño que se está autoinfligiendo con su conducta) como para los inocentes oídos de los niños que escuchan la canción. Por no hablar del gato, claro.

En lugar del castigo físico, habría que intentar actualizar la canción de modo que la respuesta de la pastora ante la infracción felina fuese más acorde con las tendencias pedagógicas contemporáneas, que se centran en que el infractor comprenda claramente las consecuencias negativas de su acción, sustituyendo el castigo por el estímulo positivo y razonado.

O sea, esto:

La pastora enfadada,
lará, lará, larito,
la pastora enfadada
habló con el gatito.

Lleva mucho trabajo,
lará, lará, larito,
lleva mucho trabajo
hacer estos quesitos,

Y tú lo has estropeado,
lará, lará, larito,
y tú lo has estropeado
en solo un momentito.

Si tú le echas la uña,
lará, lará, larito,
si tú le echas la uña
y rompes el quesito,

ya no podré venderlo,
lará, lará, larito,
ya no podré venderlo
y ganar dinerito.

Con esto de la crisis,
lará, lará, larito,
con esto de la crisis
se miran los euritos.

Los otros fabricantes,
lará, lará, larito,
los otros fabricantes
con los que yo compito

Ofrecerán sus quesos,
lará, lará, larito,
ofrecerán sus quesos
intactos y bonitos.

Y los de marcas blancas,
lará, lará, larito,
y los de marcas blancas,
que no son tan bonitos,

se venderán mejor,
lará, lará, larito,
se venderán mejor
por ser más baratitos.

Así que ya ves, gato,
lará, lará, larito,
así que ya ves gato,
si rompes los quesitos

tendré que hacer un ERE,
lará, lará, larito,
tendré que hacer un ERE
con todo el rebañito,

y no podré pagaros,
lará, lará, larito,
y no podré pagaros
siquiera el finiquito.

Con lo cual, dicho sea de paso, sobraría lo del padre Benito.

En fin, esta es mi propuesta, humilde pero no por ello menos necesaria. Espero que cunda el ejemplo, y pronto podamos ofrecer a nuestros niños versiones actualizadas de canciones populares cargadas de perniciosos alegatos en favor del papel excluyente de la propiedad privada como los de "El patio de mi casa" (por no hablar de su mensaje denigrante hacia los menos aprovechados en el aprendizaje de las matemáticas), inaceptable promoción de la destrucción de bienes de titularidad pública como la que hace "¡Que llueva, que llueva!" (que además contiene referencias a una determinada opción religiosa que implica la exclusión de todas las demás), propaganda sexista tan trasnochada como la de "Al pasar la barca" (¿por qué las niñas bonitas no pagan dinero y los demás sí?) o tan furibundamente clasista como la de "El corro de la patata" (con su atribución a "los señores" de la exclusividad en el consumo de hortalizas y cítricos) y tantos y tantos mensajes que no son de recibo en una sociedad como la nuestra.

Y además, si su niño es de los que dan la lata en el coche, seguro que a la décima estrofa estará ya frito.

Y no me lo agradezca: uno contribuye al bienestar de la humanidad como puede.

Javier Armentia y la COPE

El recurso al sentido del humor es una herramienta excelente, yo diría que imprescindible para capear los temporales con los que de vez en cuando nos encontramos. La facultad de encontrar el lado cómico a lo que nos pasa en cada momento me parece envidiable, y aunque con éxito más bien moderado yo también intento practicarla.

Pero claro, el sentido del humor es también algo muy subjetivo. Y no me refiero solo al hecho de un mismo chiste pueda resultar irresistible para algunos mientras que otros no le encuentran el menor sentido. Me refiero a que la perspectiva desde la que se contempla un hecho puede convertirlo en algo divertido o en algo que, francamente, no tenga ni la más mínima gracia.

Me explico. Tomemos el caso de la contratación y fulminante destitución de Javier Armentia como colaborador de la cadena COPE. Una destitución respecto a la cual, que yo sepa, la cadena de emisoras propiedad de la Conferencia Episcopal no ha dado explicación ninguna, pero cuyas razones, vistas las reacciones de la feligresía, parecen bastante evidentes.

Expuesto brevemente el caso, vamos con lo del humor y la perspectiva. Así, desde la de Javier Armentia parece que ha decidido tomarse las cosas con humor, lo cual le honra: al fin y al cabo, la historia tiene un lado tan chusco que es difícil no verle la gracia. En su enésima representación del cuento del traje nuevo del emperador, la Conferencia Episcopal ha vuelto a ponerse en evidencia y a dejar bien claro que el lema de la emisora, ese "somos libres", debe ir acompañado de la coletilla "siempre y cuando seamos católicos fervorosos y nos manifestemos como tales con o sin micrófono por delante".

Porque no sé ustedes, pero a mí, francamente, se me antoja que primera -y última- intervención de Javier en la COPE resulta irreprochable desde el punto de vista de la divulgación científica, y absolutamente irrelevante desde cualquier perspectiva religiosa. O irreligiosa.

Así que, evidentemente, la razón del "despido" no puede ser lo que dijo Javier ante el micrófono de la COPE el pasado día 1 de septiembre, sino lo que ha dicho siempre en cualquier otro foro.

Y aquí es donde tenemos que contener la risa. Incluso cuando, al escuchar la cuña, nos topemos nada más empezar con ese "sabemos que eres de los nuestros". Pues se ve que no sabían que Javier no lo es, pero en cuanto se han enterado les ha faltado tiempo para ponerlo en la calle...

Lo cual es un asunto muy serio.

Todos sabemos que las creencias religiosas gozan de un estatus privilegiado en nuestro país. Y, ya puestos, en todo nuestro entorno. Incluso en los Ordenamientos jurídicos decididamente aconfesionales, en los que la simbología o las ceremonias de índole religiosa han desaparecido ya por completo del ámbito del Estado, se reconoce oficialmente la personalidad jurídica de las principales confesiones, con una serie de peculiaridades y beneficios que van mucho más allá de lo que correspondería a cualquier asociación civil. Y también es aún habitual que, como ocurre en España, la ofensa a los sentimientos religiosos se tipifique como delito -al menos en los casos más graves-, en atención a la especial sensibilidad de los creyentes sienten hacia sus dogmas o sus personajes sagrados.

Pero existe también la inevitable otra cara de la moneda, claro, y del mismo modo que los ordenamientos jurídicos garantizan la protección de unas creencias religiosas, garantizan también la de las otras e incluso la de quienes, simplemente, no las tienen. Así, en nuestro caso el artículo 16 de la Constitución garantiza la libertad religiosa y de conciencia. Y, más concretamente aún, el artículo 1 de la actual Ley Orgánica de Libertad Religiosa establece en su apartado segundo que

Las creencias religiosas no constituirán motivo de desigualdad o discriminación ante la Ley. No podrán alegarse motivos religiosos para impedir a nadie el ejercicio de cualquier trabajo o actividad o el desempeño de cargos o funciones publicas
.

Vamos con el caso de Javier. Como cualquiera puede comprobar, el motivo de su destitución no ha sido su incompetencia en ese primer espacio radiofónico (puesto que no la hay), y tampoco parece que la emisora haya decidido de repente prescindir de la sección de ciencia del programa matutino. De quien han decidido prescindir es, simplemente, de la persona de Javier Armentia.

Y aunque la COPE, como decía, se ha guardado muy mucho de exponer las razones por las que lo destituye, parece evidente que no son ni su aspecto físico (que tanto parece preocupar en algún sector del bloguerío ultracatólico, y disculpen que no coloque el correspondiente enlace por obvias razones higiénicas), ni su torpeza ante el micrófono (que, si la tuvo, desde luego ha dejado atrás tras varios años de colaborar con numerosos medios de comunicación) ni, en fin, cualquier otro motivo por el estilo.

No: la única explicación a su "cese" es su condición de ateo militante y activo. Es decir, se trata de una discriminación por razones religiosas como la copa de un pino.

Lo cual, y volvemos a la cuestión de perspectiva, tampoco resulta jurídicamente muy relevante para Javier. Ciertamente la doctrina del Tribunal Constitucional es muy clara al respecto, y el caso parece un ejemplo "de libro" de violación del derecho fundamental a la libertad de conciencia de Javier. Pero las consecuencias de acudir a los Tribunales serían para él, desde luego, irrelevantes. Al fin y al cabo se trata de un contrato verbal que, aun no estipulándolo, se entiende que cualquiera de las partes puede rescindir, y aunque la razón del empresario sea nula de pleno derecho, desde un punto de vista práctico sólo se vería obligado a readmitirle para, acto seguido, rescindir de nuevo el contrato alegando simplemente que ya no le interesa la colaboración de Javier.

Pero desde la perspectiva del resto del mundo, de los que no somos Javier (aunque estén tan de moda esas campañas de solidaridad con el lema "yo también soy Fulanito") el caso sí que es grave y tremendamente relevante. Por mucho que la Iglesia Católica sea una confesión legalmente autorizada, por mucho que la COPE sea una empresa privada y sean sus dueños quienes tengan derecho a marcar su ideario, no es en absoluto de recibo que se prescinda de alguien no por lo que hace en su trabajo, sino por lo que es fuera de él. Y en esto deberían estar de acuerdo hasta esos fanáticos que han aplaudido hasta con las orejas la decisión de la COPE; ¿o les parecería correcto el caso si el "despedido" fuera el colaborador católico de una emisora de un país musulmán?

Así que, amigos, contemos lo que ha pasado y dejemos constancia de que no estamos de acuerdo, por lo que supone para todos nosotros, católicos o no. En los blogs (como la contundente entrada de ayer de Mauricio-José Schwarz, o la importantísima mención del caso en el blog de PZ Myers), en los medios o, por qué no, en el buzón de correo electrónico de la COPE.

Que Javier (un abrazo, amigo) se lo puede tomar con humor. Pero nosotros, desde luego, no.


P.S.: Ya sé que la calidad de la foto es infame. Pero es que no tengo otra a mano...


Actualización. Como bien me señala José Luis Calvo en un comentario, en la noticia de "El Mundo" a la que yo enlazaba aparece una explicación de lo sucedido por parte de la COPE. Según la emisora, cito textualmente, ""no se le ha despedido porque sea ateo, sino porque ha arremetido contra propietarios de la cadena".

Lo cual me destroza un par de párrafos (por eso rectifico con esta actualización en lugar de echar mano del tachado), pero creo que no afecta demasiado a mi argumento de fondo: la postura de Javier respecto a la jerarquía católica no es ni mucho menos nueva (a pesar de que el tiempo verbal que ha elegido la COPE, según la cita de "El Mundo", parezca sugerir que se trata de algo reciente y novedoso). Y, sobre todo, no se debe -o no creo que se deba- a ningún tipo de manía personal contra los obispos, sino por discrepancias con las posturas que la Conferencia Episcopal mantiene sobre determinadas cuestiones, amparándose en razones religiosas.

Estos "arremetimientos", por utilizar la terminología que al parecer ha empleado la COPE, justificarían perfectamente que no hubiesen contratado a Javier Armentia. De hecho, hasta justificaría que lo declarasen "persona non grata" y ni siquiera le cogiesen el teléfono si alguna vez tuviera la ocurrencia de llamar a la emisora para contar como prepara el pollo al chilindón o si alguna vez se le ha aparecido "la chica de la curva", que son por lo visto el tipo de anécdotas con las que las principales cadenas de radio rellenan sus emisiones matinales. Pero una vez contratado en modo alguno pueden justificar un "despido", siendo como son hechos notoriamente conocidos, ajenos por completo al correcto cumplimiento de sus obligaciones contractuales, y basados en las convicciones religiosas (o ausencia de las mismas) de las partes.

Digo yo.